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Recuento, parte 1

Yo crecí en una casa en la que tenía un cuarto con papel tapiz de muñecas y flores, alfombra rosa, puertas de clóset blancas con el mismo rosa de la alfombra, cama con dosel de princesa, tocador (así es, rosa con blanco), mesitas de noche que combinaban, lámpara de encaje, y todo eso. El clóset estaba bastante lleno de vestidos llenos de volantitos y cuellitos coquetos, zapatitos de todos los colores, calcetas con adornos, sombreros que combinaban con mis vestidos, mallas de diseños monos, y todo eso. La verdad es que a mi jefa el gusto de verme vestida como muñeca nada más le duró como 4 años, que fue cuando empecé a vestirme sola y a tener participación en el proceso de compra de mi ropa (sobra decir que el clóset se fue volviendo cada vez más y más machín).

Viví con mi jefa, mi padre, y mi carnal, hasta que tenía 6 años, que fue cuando mis papás se divorciaron y yo me quedé a vivir con mi jefa y mi carnal. Pero recuerdo que antes de eso me la pasaba súper bien con mi padre, que era así como deportista aficionado y todos los domingos me llevaba al circuito de deportes del pueblito, y yo corría en la pista con él media vuelta, o una vuelta cuando lo aguantaba, y me sentaba en el pasto a verlo correr más, hasta que terminaba. Entonces nos subíamos a su camioneta y me llevaba a la heladería de ahí luego luego, y los dos pedíamos un «Bing Soda», que era Sprite con una bola de helado de limón flotando. Los tomábamos y nos regresábamos a la casa. Y eso fue todos los domingos. Hasta que se fue.

Yo no sé por qué los padres mexicanos tienden a divorciarse de los hijos y no nomás de las esposas, pero es tema que ya fue y no me quiero adentrar en eso. Basta decir con que ese recuerdo del circuito y el helado de limón es el más chido que tengo de él ahora.

Fui al kinder en la colonia de niños popis, tons era un kinder «privado», háganme el chingado favor. Recuerdo que mi prima Mónica (que me lleva tres meses en edad) también iba a ese kinder, y un día hubo un gran desmadre porque quién sabe quién le dijo que se comiera unos honguitos que estaban creciendo entre el pasto del jardín, y ahí va ella y se los embute. Nomás tengo el recuerdo de la maestra agarrándola de la cintura mientras mi prima lanzaba proyectiles de vómito en el mismo pasto donde antes habían estado los mentados honguitos. También recuerdo que había un niño que mordía a los demás y una vez mordió a mi prima en la muñeca, bien fuerte. A mí me intentó morder, y creo que en alguna ocasión lo hizo, lo cual me hizo ponerme en mi estado de «nadie me hable, ando con un humor de la chingada» (aunque no lo bautizaría así hasta muchos años después, claro está).

Luego me metieron a una primaria privada también, que era como que la más chingona del pueblito. Qué pinche escuela tan pinche. Con favoritismos hacia los hijos de los weyes más prominentes del pueblito, y todo lo usual. Empecé a hacer «amiguitas», de esas que nomás te rejoden la primaria, porque como que nunca eres realmente parte del círculo, pero te dejan estar ahí, y tú no vas a otro lado porque no tienes con quién estar. La única excepción era mi mejor amiga Layla, pero ella se fue a vivir a otra ciudad cuando pasamos a cuarto año, y ps ni pedo, arréglatelas como puedas. 

En tercero de primaria experimenté eso de la infatuación por primera vez (por lo menos que yo recuerde). Era un niño de mi salón, que era 2-3 mi amiguito, se llamaba Joel. La escuela organizaba «tardeadas» en ciertos días festivos: Navidad, Halloween y Día del Niño. El y yo éramos los que más chido bailábamos de nuestro grupito y no mucho después de que empezara mi infatuación me llegó el rumor de que yo también le gustaba. Pero no se dio nada en ese momento y seguíamos siendo compadres.

Luego, en cuarto, llegó a la escuela una niña nueva que causó un chingo de conmoción porque ella ya tenía chichis. Cabe hacer notar que yo, de hecho hasta hace relativamente poco, era una varita de madera, sin chichis ni nalgas ni nada de esas cosas que hace que los niños de esa edad te vean. El chiste es que todas las niñas del salón parecíamos decir eso de «mantén a tus amigos cerca, y a tus enemigos aún más cerca» y nos volvimos amiguis amiguis de la niña nueva. En esas andábamos cuando por fin Joel se me declaró, y yo andaba toda feliz. ¡Mi primer novio! 

El gusto no me duró ni una semana. Un día llegó una amiga a decirme que Andrés decía que Joel le había dicho (clásico de primaria, ¿o no?) que ya iba a cortar conmigo porque quiénsabequé excusa pendeja, y porque la niña nueva (la de las chichis) le había empezado a llamar la atención. Tons ya me preparé para el trancazo, y ese mismo día al terminar el receso, se me acercó el susodicho y me dijo algo de que lo mejor era dejarlo ahí y ser amigos porque estábamos muy chiquitos como para ser novios, y tal. De hecho debo admitir que fue bastante sensato y hasta el día del hoy es el güey que mejor ha manejado eso de cortar conmigo. Qué triste.

Pero como a los dos días empezó a andar con la niña de las chichis y obviamente todo su discursito puñetero de «estamos muy chiquitos» me lo vomité tres veces y anduve como una semana con mi jeta de «trágame tierra». Al final a ellos tampoco les duró tanto el gusto y cortaron como a las tres semanas. Lo chido del asunto es que Joel y yo seguíamos siendo amiguitos, pero él ya ni le hablaba a la niña de las chichis. Quién sabe qué habrá pasado, que el güey terminó detestándola. Nunca me enteré. 

Cuando fue momento de empezar la secundaria, mi jefa me inscribió en la secundaria de ahí mismo, así que pasé a primero con casi todos los que ya conocía de la primaria. Fue el típico cambio de niño teto de sexto, a mai cool de secundaria, porque ya saben como está eso de que invariablemente, cuando alguien entra a secundaria se le sube la crema a la cabeza y se cree la última Coca del desierto, sin puta excepción. Y bueno, yo no fui la excepción. Aparte fue todavía más cool porque nos dieron casilleros y nos sentíamos así como en las series gringas de los güeyes de preparatoria que decoraban sus casilleros y guardaban sus libros y mil mamadas. Además ya teníamos varios maestros, no nomás uno para todo el día, y en los salones había mesabancos de mais cool de secundaria, y ya no mesitas de niños tetos de sexto. 

Para este entonces, yo andaba mortalmente herida de amor, completamente infatuada con un güey que resultaba ser ni más ni menos que el novio irregular de una de mis «mejores amigas» (una de ese mismo grupito de amigas que no son tus amigas). Digo novio irregular porque llevaban una tormentosa relación de que andaban y cortaban y volvían a andar y cortaban y ella andaba con otro güey y lo cortaba y volvía con el otro, y tal. A los trece años. Me cae que no me sorprende que nunca haya encajado en esa pinche secundaria de niños popis en el pueblito.

Pero como yo ya era mai cool de secundaria, me volví amiga del chico este, y tsssss. Fui feliz como una móndriga lombriz. Era como del dominio público que el güey me encantaba, y en una fiesta de mi prima Mónica (la que se comió los honguitos) en la que estábamos los dos (él escoltado por un amigo suyo, yo escoltada por una amiga mía, y estos amigos querían el uno con el otro (chale, creo que yo también tuve mis relaciones telenovelescas)), su amigo le preguntó, en frente de mí, que si yo le gustaba. Y el güey le dice que más o menos.

No mamar. Ahorita una respuesta así ocasionaría que le metiera un madrazo entre los ojos y cayera de mi gracia en 1 segundo. Pero en ese entonces, la pequeña Maky, la pequeña flacucha y jodida Maky, sintió un rayito de esperanza, porque al güey más o menos le gustaba, y uf. Pero una vez más, poco me duró el gusto (de hecho en esto de los hombres, con todos los de mi vida me ha durado poco el gusto), porque como las dos semanas él regresó con la amiguita mía esta de las relaciones tormentosas. 

Ese año que yo entré a primero de secundaria, también coincidió con el primer año que la misma escuela abrió su programa de preparatoria. Yo en ese entonces, por alguna razón, me había vuelto muy amiga de la niña de las chichis, y cada que teníamos hora libre nos íbamos a sentar en el descanso de unas escaleras que estaban cerca de nuestro salón, y siempre llegaba un vato que iba en la preparatoria. Yo creí que iba porque quería con la amiga de las chichis (porque en un momento u otro, todos los mais terminaban queriendo con la niña de las chichis), y nunca pensé nada de importancia con respecto a él, nomás que era chistosón y medio alternativo.

Por esas fechas, mi jefa estaba trabajando como administradora en un restaurante de mi tío, y por angas o mangas, un buen día llegó a la casa con un chingo de botellas de licor, más que nada vino tinto, y las guardó en el cuarto de los trebejos. Nadie en la casa tomaba, así que nunca nadie las molestó. Entonces, un fatídico día, que me encontraba yo platicando con el güey al que más o menos le gustaba, salió una apuesta, de algo que la mera neta, por más que intento, no puedo recordar. El chiste es que apostábamos a algo, y si yo perdía le tenía que dar una botella de pisto (y tampoco me acuerdo de qué me tenía que dar él si yo ganaba). Obviamente, perdí la apuesta, y como no tenía dinero como para comprarle una botella de algo que le gustara, se me hizo la cosa más sencilla del mundo agarrar una de las botellas de vino tinto asentado y empolvadas que estaban en el cuarto de los trebejos. 

Así que una buena mañana, antes de subirme a la camioneta con mi jefa para que me dejara en la secundaria, bajé con mi mochila al ya mencionado cuarto de los trebejos, tomé la primera botella que vi y la eché en mi mochila. 

No. No tengo la más puta idea de por qué pensé que no iba a haber pedo en llevar una putísima botella de alcohol a la escuela. Hasta pendeja, en serio. Porque hubiera sido la excusa perfecta para que nos viéramos fuera de la escuela. Pero no. Así que ese día llegué a la escuela, y lo busqué para darle la botella. Le dije que la guardara rápido y que no la abriera en la escuela, y me prometió que nada. Pero estamos hablando de la promesa de un güey que reprobaba todas las materias y agarraba pedas monumentales cuando tenía trece años (pedas que yo no me pongo ni ahorita… o bueno, que rara vez me pongo ahorita), y por encima de todo, la promesa de un güey al que yo, la verdad, le venía valiendo una reverenda fritanga. Entonces claro que abrió la botella, la vació en un pepsilindro, y él y un amigo suyo se volaron una clase para ponerse a pistear en el baño.

Bueno, lo que viene se lo podrán imaginar. Un prefecto los cachó, les quitó el pepsilindro y se dio cuenta de que tenía alcohol adentro, les preguntó que de dónde había salido («¿de una botella?»), le dieron mi nombre, el prefecto fue a buscarme a mi salón, y nos sentó a los tres en una mesa de la cafetería para cantarnos la cartilla. Yo le dije trescientas veces que yo no había tomado ni un sorbo del vino pero claro que tenía gran parte de la culpa por haber metido la botella a la escuela. Entonces el prefecto fue a acusarme a la dirección, me hablaron y estando ahí sentada le hablaron a mi mamá para decirle que al día siguiente tenía que ir conmigo a la dirección.

Cuando pasó mi mamá a buscarme lo primero que me preguntó fue que para qué la querían ver en la dirección, y sin más ni más se la solté pelada: metí una botella de vino a la escuela y cacharon a unos niños tomando.

Para mi sorpresa (y horror) mi jefa no puso el grito en el cielo. Se vio muy zen al respecto. Creo que ella misma albergaba cierta esperanza de que no me fuera como en feria en la escuela, porque la neta esa era la única mancha en mi expediente, yo era una pinche niña de dieces y tal. Total que al otro día nos sentamos las dos en frente del escritorio de la directora de la escuela y después de un largo sermón acerca de las reglas y la integridad o una mamada así, me dijo que me iban a suspender una semana, y que luego podía regresar a clases, entendiendo claro que de ahí en adelante me iban a tener debajo de la lupa, y que en caso de cualquier problema en el que yo ni siquiera hubiera estado involucrada, luego luego iban a preguntar si no andaba yo por ahí creando problemas. Cuando le dije a la directora que esa semana era semana de exámenes, me dijo con toda galanura que «sí, está planeado el golpe».

Pues entonces, nomás salir de la oficina de la directora, la jefa ahora sí puso el grito en el cielo. Que cómo se me había ocurrido hacer esto, que por qué no había pensado en las consecuencias, que cómo iba a pensar la directora que me habían educado, que qué iba a decir la gente de ella (un gran y gordo «WHAT THE FUCK?» a esto, por favor), que qué iba a pasar con los exámenes, que etcétera. El chiste es que me sentenció a una semana de trabajos forzados en la casa, pero al final decidió que de plano me iba a sacar de la escuela porque no se le hacía chido que me suspendieran en época de exámenes y que no había que ser animal. Faltaban 4 meses para terminar el año escolar, así que de mientras me iba a meter a una secundaria que estaba por la casa, y que aunque también era de paga, no era en el sector de niños popis en el que había estado toda la vida. Y tragué saliva. Para la Maky de ese entonces, fue lo peor que me pudo haber pasado, iba a salir de mi mundo encapsulado y de niños popis, y me iban a empujar a un mundo lleno de chicos banda y cholitas y mesabancos incómodos y libros usados. Y lloré.

Pero resultó ser que fue cuando entré en contacto con el mundo real. Y me gustó un putazo.

(La segunda parte viene pronto).

De atinado.

Serenata

Apenas terminé de estudiar para mi examen de Mercadotecnia Internacional de mañana (¿hoy?) y me disponía a dormir cuando se deja escuchar una serenata aquí justo afuera de mi ventana, cantando Las Mañanitas.

Y lo peor del caso es que me permití pensar por un momento que era para mí, hasta que me dije a mí misma, «Yo misma, hoy no es tu cumpleaños.» Y aparentemente la música va pa largo así que puedo ponerme tapones en los oídos, o unirme a ellos.

Con eso de que hoy es miércoles, pero de semana de exámenes, nadie se apuntó para ir a ver Milk conmigo. Total, dije, voy a ir sola al MMCinemas que está aquí luego luego en Revolución y voy a ir a la función temprano para que no haya tanta gente y no, no me da pena porque soy una persona de mundo, y si a la mera hora me da pena ps me escondo abajo de mi rebozo y ya.

Pero dije «voy a tomar una siesta primero porque comí demasiado» y a la mera hora me ganó el sueño y ya no fui al cine y bla. Sean Penn me tendrá que esperar. 

Lo peor del caso es que tuve un sueño de lo más escalofriante. Soñé que iba precisamente al cine con una amiga, pero que a la mera hora nos dábamos cuenta de que el cine estaba dentro de una casa privada y como que nos daba cosa y terminábamos deambulando por todos los cuartos de la casa tratando de buscar la salida y por angas o mangas nos robábamos algo en el camino a la salida (ni recuerdo qué, pero el hecho era que nos robábamos algo). Total que para nuestra suerte, iban pasando dos muchachonas por ahí, y resulta que nos vieron que salíamos de casa ajena con algo robado y nos dijeron que nos la iban a hacer de pedo y tal. Fue tal la presión de las metiches que corríamos como alma que lleva el diablo para que no nos atraparan y nos acusaran, y nos dábamos cuenta que no teníamos ni idea de para dónde quedaban nuestras casas. Y para terminar de joderla: Corríamos y corríamos y corríamos y al final terminábamos de nuevo en frente de la casa lugar-de-los-hechos, una escena digna de un sueño diabólico. Al final nos llevaban a algo como una heladería donde estaba la dueña de la casa y nos acusaban, y la dueña decía que ella de todas maneras ya sabía pero que había decidido no hacernos nada porque ese día le había pasado algo muy bueno y quería regresarle lo bueno al mundo (o una mafufada New Age del estilo). Pero (sí, ¿pueden creerlo?, el sueño todavía no termina, pero ya mero) resultaba que las viejas metiches a huevo nos querían joder de algún modo y nos habían robado nuestras bolsas y no nos dejaban salir de la heladería. Total que para mí eso era la gota que derramaba el puto vaso y la paja que rompía la puta espalda del camello, y agarraba a la que tenía mi bolsa de las greñas y le decía con mi voz más mortífera «O me das mis cosas en dos segundos o te voy a meter una paliza que te va a doler toda tu vida.» Malosa malosa la Maky de sueños.

Nos daban nuestras cosas y salíamos corriendo de nuevo y encontrábamos el camino a casa y en eso me llegó un mensaje al celular y desperté y ya no supe si había más del sueño o si ya había acabado.

Hay muchas cosas que me repatean de la universidad. Digo, la neta, también hay muchas cosas que me gustan harto de la universidad, pero como en todo, tiene que haber algo bueno y algo malo. Y entre las cosas que más me molestan de la universidad, es cuando tus profes piensan que su materia es la única que estás cursando y te atiborran de tareas, trabajos, lecturas, casos, quizzes, y quién sabe qué otras pendejadas para «fomentar el autoestudio» y «desarrollar la capacidad de comprensión» y todas esas puñetadas.

Yo sé, yo sé (porque mi jefa me lo ha repetido hasta el cansancio), que como estudiante «tu única responsabilidad es estudiar y no debería de irte mal en la escuela porque no te estoy obligando a trabajar» y etcétera. Y la neta no tengo quejas ahí, porque he sido una mantenida toda mi vida y ps seh, debo estudiar y tal.

Pero es que son MAMADAS. Como mi clase de Merca entre Negocios. El martes pasado tuvimos examen de medio término, y no mamar, era tanto material que parecía examen final. Para la siguiente clase (jueves) teníamos que haber presentado un quiz en línea de un capítulo del libro de texto, y la maestra ni siquiera nos entregó las calificaciones de los exámenes porque no los había revisado. Para hoy (siguiente clase), teníamos que entregar el primer módulo del trabajo final (que es un trabajo de consultoría), resolver un caso de aprendizaje (de VEINTIÚN PÁGINAS, NO ME JODAS), y leer un artículo en línea. 

Ah sí, y la maestra no nos entregó las calificaciones de los exámenes porque no los había revisado.

No me late escupirle tanto a la materia y a la maestra, porque la neta la maestra es bastante buena explicando y se apasiona y se ve que le gusta de lo que habla, y eso casi siempre hace la clase más interesante. Pero por un momento sí tuve ganas de decirle «y maestra, ¿por qué no los calificó? ¿Le dio flojera? ¿Y usté cree que a nosotros no nos da hueva su clase y sus tareas a veces, o qué?»

Pero ñe, decidí no andar de picapleitos y mejor me quedé haciendo enfurruñamientos en silencio y compartiendo el ocasional comentario derogatorio con mis compis.

Procrastinación

Es del dominio público que la mayoría de los estudiantes universitarios tienden a distraerse más entre más tareas y deberes tienen pendientes. Yo no soy la excepción. De hecho soy la máxima expositora de ese movimiento de procrastinación y eso es precisamente lo que me hace encontrarme en situaciones tan pinche innecesarias que siempre digo «NO VUELVO A PROCRASTINAR.»

Y luego nunca lo cumplo, claro. Es como este fin de semana. No hice nada de escuela, sino que me fui de recorrido de los siete templos el viernes en la noche (saltamos de bar en bar), a la expotatuajes el sábado (con mi cruda marca monumental que supe disimular al 100%) y entretuve a compañía el domingo. Oséase que hoy es lunes y para mañana tengo hartas, hartas, hartas cosas que hacer, y sin embargo aquí estoy, buscando videos cagados en YouTube, checando los blogs de mis compis, y escribiendo un post bastante inútil en un blog que ya había dejado medio muerto.

Ahorita que termine de escribir me voy a poner a checar los temas de apariencia para ver si lo cambio.

Envíen ayuda.

10:26 PM: Maky le manda un SMS a su Jefa, «Mamá, puedo tomar jugo de naranja?» y no recibe respuesta.

10:48 PM: Maky dice, «Terminé todos mis pendientes de hoy hace un buen rato y la mera neta es que tengo sueño. Creo que dormiré.»

11:15 PM: Maky duerme.

11:48 PM: Maky recibe un SMS de Marikru, «Que descanses, flaca!» y logra responder, «Tú igual chaparra» antes de caer dormida de nuevo.

11:52 PM: Maky recibe un SMS de Livaro, «Jajaja que *fulana* vio a *fulana* con su wey», y no logra siquiera procesarlo, y vuelve a caer dormida.

2:00 AM: Maky recibe un SMS de César, «Estoy en el lugar de Riot in Belgium SIN Riot, HUEVISIMA», y sólo consigue hacer que el celular se calle antes de caer dormida una vez más.

8:18 AM: Maky recibe un SMS de su Jefa «Sí hija».

Tengo el presentimiento de que las telecomunicaciones y la civilización como la conocemos cayó anoche y hubo pánico en las calles mientras yo dormía plácidamente. ¿Alguien puede corroborar mi teoría?

Superen esto, si pueden

(la respuesta al final del post).

He vuelto a la más que maravillosa ciudad de Monterrey, Nuevo León; y absolutamente TODO se ve hermoso. Sí sí, estar de vacaciones es muy bueno, descansas harto, estás con la familia, haces las cosas que normalmente no puedes hacer durante el semestre por falta de tiempo (bueno, esto sólo aplica si no te llamas Karla), comes todas las cosas deliciosas que extrañas mientras estás lejos de casa, etcétera.

Pero la mera verdad, a mí me encanta regresar a Monterrey. Yo me hallo en Monterrey. Yo me siento tan a gusto en Monterrey. A pesar de que regresar conlleva volver a la universidad, incluso hasta esa perspectiva me emociona después de un mes de cultivar flojera alrededor de mis pies.

Lo que me lleva a la respuesta de la interrogante en el título: Te das cuenta de que regresas a la universidad después de vacaciones, porque la caminata de 15-20 minutos de tu casa a la escuela, que antes te hacía lo que el viento a Juárez, ahora te deja los pies adoloridos los primeros días de vuelta.