A mí nunca me había pasado nada que tuviera que ver con la inseguridad o el crimen. Jamás se habían metido a robar a mi casa, ni de niña ni ahora viviendo en Monterrey, ni nos habían robado el coche o dado un cristalazo para sacarnos el estéreo, nada por el estilo. Nunca. De los nuncas.
Hasta hoy.
En Villahermosa, después de comprar varios regalos para un intercambio de 31 de diciembre (y unos regalos para mis huercos de Monterrey, entre ellos una hermosísima miniatura de un casco normando, con todo y red metálica en la parte de atrás), nos metimos al estacionamiento al aire libre de una plaza para comer algo y luego irnos a jugar al Yak Electrónico. Hasta me gané unos pesos en el Yak, de hecho me fue bastante chido. Regresamos a donde estaba la camioneta de muy buen humor. Cuando abrimos la puerta del pasajero, me di cuenta que las bolsas de regalos no estaban donde las habíamos dejado. Y como por tres segundos nos quedamos en blanco. Hasta que se mencionaron las fatídicas palabras: «Nos robaron».
Y en efecto, nos robaron. Las bolsas de regalo desaparecieron, el estéreo desapareció, incluso el tablero estaba caído porque al tratar de sacar el estéreo rompieron las clavijas del tablero y no se pudo volver a empotrar. Hicimos un entripado marca diablo, y ya cuando llegamos a la casa se me salieron las de coco. Un poco por los regalos que nos volaron, pero más que nada por lo vulnerable e impotente que se siente uno cuando le pasa una de estas mamadas.
Me imagino cómo debe ser cuando se meten a tu casa. Obviamente te arde hasta el colon el simple hecho de pensar que alguien, un extraño, un ladrón, un hijo de su puta madre, se metió a tu casa, se sentó en tu cama, revolvió tus cosas. Es esa invasión a tu privacidad, a tu santuario, lo que te puede muchísimo más que el hecho de que se hayan robado tus cosas (claro que aquí están las excepciones como cuando te roban un anillo que era de tu tatarabuela o tu pantalla plana de LCD de 60 pulgadas).
A mí, la neta, lo que más me requeterecontracaga en estos momentos es el hecho de que el chidísimo casco normando terminará rodando por alguna pinche cloaca, porque el pendejete que se lo robó de seguro ni va a saber qué madres es y como no encontrará nadie a quién vendérselo, lo terminará rematando como chatarra y BLAAAAAAAA.
Perros.
Perros.